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domingo, 2 de octubre de 2011

Gesta poco difundida de re=afirmacion de nuestros derechos sobre malvinas OPERATIVO CONDOR 1966



Un día de primavera, casi 44 años atrás, dieciocho muchachos peronistas desviaron un avión de pasajeros en pleno vuelo, aterrizaron en las Islas Malvinas e hicieron flamear banderas argentinas en el lejano territorio usurpado. Fue uno de los primeros secuestros aéreos del siglo XX. La excluyente y selectiva historia oficial argentina continúa ignorando esa pequeña gran gesta patriótica.
El 28 de septiembre de 1966 cayó miércoles. En Buenos Aires fue un día soleado. Hacía tres meses que el general Onganía,, estaba en el poder en nombre de la autodenominada revolución argentina. Noventa días antes, un pelotón de la Guardia de Infantería de la Policía Federal, había desalojado de la Casa Rosada al presidente Arturo Umberto Illia, de la Unión Cívica Radical, quien había llegado al gobierno con poco más del 20 por ciento de los votos y con el peronismo proscrito.
En septiembre de 1966 residían sólo cuatro argentinos en las islas.
Puerto Stanley carecía de pista de aterrizaje. Aquel día, el radioaficionado Anthony Hardy fue el primero en divulgar una noticia que conmovió a millones de argentinos: a las 9:57 de la mañana, informó que un avión Douglas DC-4 había descendido a las 8:42 en la embarrada pista de carreras cuadreras, de 800 metros. Su emisión se captó en Trelew, Punta Arenas y Río Gallegos. Y de esas ciudades se retransmitió a Buenos Aires. Habían transcurrido 133 años desde la última presencia oficial argentina en las Islas Malvinas.
En el Museo Marítimo de Ushuaia se exhiben nueve armas cortas y largas. Estas fueron parte del heterogéneo armamento utilizado en las Malvinas hace casi 40 años por un grupo comando de 18 jóvenes argentinos. Ninguna de ellas causó víctimas, porque no fueron disparadas.
Alrededor de las seis de la mañana de aquel miércoles 28 de septiembre, los muchachos tomaron el control del vuelo 648 que había despegado del aeroparque Jorge Newberry hacia Río Gallegos. Fue el inicio de una pequeña gran gesta patriótica, conocida como Operativo Cóndor.
-Rumbo uno cero cinco- ordenó Dardo Cabo, alias Lito, un joven alto y delgado de 25 años, periodista y afiliado a la Unión Obrera Metalúrgica, jefe del comando juvenil. El comandante Ernesto Fernández García obedeció la orden y enfiló la nave, con 35 pasajeros a bordo, rumbo a las Malvinas.
La periodista y dramaturga María Cristina Verrier, de 27 años, era la tercera al mando del grupo. Su padre, César Verrier, había sido juez de la Suprema Corte de Justicia y funcionario del gobierno de Arturo Frondizi (1958-1961). Un tío, Roberto Verrier, fue ministro de Economía durante tres meses en 1957, eran tiempos de la revolución libertadora.

Los otros integrantes del Comando Cóndor eran Ricardo Ahe, de 20 años de edad, empleado; Norberto Karasiewicz, 20 años, metalúrgico; Andres Castillo, 23 años, bancario ; Aldo Omar Ramírez, 18 años, estudiante; Juan Carlos Bovo, 21 años, metalúrgico; Pedro Tursi, 29 años, empleado; Ramón Sánchez, 20 años, obrero; Juan Carlos Rodríguez, 31 años, empleado; Luis Caprara, 20 años, estudiante; Edelmiro Jesús Ramón Navarro, 27 años, empleado; Fernando José Aguirre, 20 años, empleado; Fernando Lisardo, 20 años, empleado; Pedro Bernardini, 28 años, metalúrgico; Edgardo Salcedo, 24 años, estudiante; y Víctor Chazarreta, 32 años, metalúrgico. La edad promedio del grupo era de 22 años. Todos eran peronistas.
Cuando el DC-4 logró aterrizar, los muchachos descendieron y desplegaron siete banderas argentinas.
El Operativo Cóndor tenía previsto tomar la residencia del gobernador británico y ocupar el arsenal de la isla, mientras se divulgaba una proclama radial que debería ser escuchada en Argentina. El objetivo no se pudo cumplir porque el avión, de 35 mil kilos, se enterró en la pista de carreras y quedó muy alejado de la casa del gobernador. La nave, además, fue rodeada por varias camionetas y más de cien isleños, entre soldados, milicianos de la Fuerza de Defensa y nativos armados.
Bajo la persistente lluvia y encandilados por potentes reflectores, los comandos bautizaron el lugar como Aeropuerto Antonio Rivero. El sacerdote católico de la isla, Rodolfo Roel, intermedió para que los restantes pasajeros -entre los que se encontraba Héctor Ricardo García, director del diario Crónica y de la revista Así- se alojaran en casas de kelpers, mientras los cóndores permanecían en el avión. Al anochecer, Dardo Cabo le solicitó al padre Roel que celebrara una misa en la nave y después los 18 jóvenes cantaron el Himno Nacional. Al día siguiente, luego de formarse frente a un mástil con una bandera argentina y entonar nuevamente el himno, el grupo entregó las armas al comandante aviador Fernández García, única autoridad que reconocieron. Los muchachos fueron detenidos bajo una fuerte custodia inglesa durante 48 horas en la parroquia católica.
El sábado a mediodía, el buque argentino Bahía Buen Suceso embarcó a los 18 jovenes, la tripulación del avión y los pasajeros rumbo al sur argentino, adonde llegaron el lunes de madrugada. Los jóvenes peronistas fueron detenidos en las jefaturas de la Policía Federal de Ushuaia y Río Grande, en el territorio nacional de Tierra del Fuego. Interrogados por un juez, se limitaron a responder: -Fui a Malvinas a reafirmar nuestra soberanía. Quince de ellos fueron dejados en libertad luego de nueve meses de prisión. Dardo Cabo, Alejandro Giovenco y Juan Carlos Rodríguez permanecieron tres años en prisión debido a sus antecedentes políticos como militantes de la Juventud Peronista.
El 22 de noviembre de 1966, los integrantes del comando fueron enjuiciados en Bahía Blanca. Como el secuestro de aviones aún no estaba penalizado en Argentina, los cargos de la fiscalía fueron privación de la libertad, tenencia de armas de guerra, delitos que comprometen la paz y la dignidad de la Nación, asociación ilícita, intimidación pública, robo calificado en despoblado y piratería. Así trató la dictadura militar del general Onganía al grupo de jóvenes patriotas, a quienes definió como facciosos. Y cuatro décadas después, ningún libro de historia o manual escolar recuerda esta gesta.